Por: Julio César Aizpurúa
A tempranas horas de un soleado domingo de julio, decidimos junto a la familia realizar turismo interno en la provincia de Panamá Oeste, el espíritu aventurero nos llevó adentrarnos unos 58 minutos desde el centro de La Chorrera hasta el rio Trinidad, en la comunidad de Arosemena, la cual está cubierta por verdes praderas y parajes que te hacen recordar y sentir lo inigualable de la campiña panameña.
Humberto Benítez, conocedor y testigo de las bellezas del sitio, nos describió la majestuosidad del rio Trinidad y lo puedes sentir al contemplarlo en silencio.
Benítez, contempla el horizonte y comenta; “Es un hermoso caudal, acompañado por fosas intermitentes que provocan a todos sus visitantes sumergirse en sus aguas y recibir la fuerza y pureza de la naturaleza en todo su esplendor, fuerza y delicadez a la vez”, dijo.
Pero es notable la falta de desarrollo turístico que otorgaría empleo y desarrollo de la región.
Benítez nos fue mostrando cada una de las comunidades del sector, pobladas por hombres y mujeres que desde niños migraron en busca de mejores días, afirmó.
“Aunque la tecnología nos ha llegado poco a poco; nuestra tranquilidad y arraigo a nuestras costumbres heredadas por nuestros ancestros se mantienen vivas”, sostuvo Benítez.
De pronto, el silencio nos consume y a lo lejos escuchamos el inigualable sonido de un tambor que se hace acompañar del dulce canto de Doña Berta, quien es admirada por sus nietos.
La curiosidad y la melodiosa voz de Doña Berta como la conocen en su pueblo nos atrae y nos mantiene cual estatua inmóvil, pero con los sentidos activos escucharla y deleitarnos con sus canciones.
De ahí, entonces lo que los caracteriza, un pueblerino con sombrero “pinta’o” empuñando su herramienta de trabajo; machete y lima, dice con voz firme y sin esconder su mirada y fuerte rostro agobiado por la jornada de trabajo, «pasen, que son bienvenidos», nos abrió la puerta de su casa y de inmediato nos brindó una chicha de guarapo, la cual aún mantenía la espuma, pues la caña está recién molida en el desafiante y maciso trapiche.
El sancocho de gallina de patio no faltó; el ñame baboso y el culantro mezclado con el orégano hacían ver que un fogón decidido a ablandar lo que cayera en el caldero o paila de esas que ya no hay en el mercado.
Junto al guía Benítez, nos despedimos; en la próxima entrega seguiremos recorriendo la hermosa campiña Chorrerana, que aunque olvidada, no deja de brindarles a los visitantes horas de esparcimiento y mucho de la cultura nacional.